Todas las creencias tienen sistemas de energía que actúan como cámaras de nacimiento para la manifestación de la creencia. Dentro de estos sistemas de energía hay corrientes que dirigen tu experiencia de vida. Tú te percatas de estas corrientes tanto consciente como subconscientemente y les permites que te lleven al terreno de experiencia que mejor ejemplifica tu verdadero sistema de creencia. Cuando tú crees “Yo soy un fragmento de la Primer Fuente empapado con SUS capacidades”, estás empleando la energía inherente al sentimiento de conectividad. Estás atrayendo al interior de tu realidad un sentido de conexión a tu Fuente y todos los atributos de su seno. La creencia es inseparable de ti porque su sistema de energía se asimila dentro de tu propio sistema de energía y está tejido dentro de tu espíritu como un hilo de luz.
Extracto de Creencias y sus Sistemas de Energía, decodificado de la Cámara 4 WingMakers
El desierto de noche era un mundo mágico impregnado de silencio y claridad. Neruda se acordó de esto cuando él y Andrews armaban su tienda de campaña.
Neruda necesitaba una noche de buen dormir. Durante el vuelo de dos horas en helicóptero había aprovechado unos minutos para dormitar, pero la mayor parte del tiempo la pasó revisando la agenda de la misión con Evans; seleccionando un sitio para acampar y hablando sobre Samanta Folten para acelerar los objetivos de la misión y el artefacto.
Walt Andersen no estuvo disponible para el viaje, debido a que alguien de su familia se enfermó. Evans accedió permitirle a Samanta unirse al equipo de exploración a pesar de su rango relativamente bajo de seguridad. Neruda estaba encantado, en parte porque Samanta era nueva y en parte porque estaba muy recomendada por Branson.
“Ya sabes que mañana será un día de la jodida, jefe”. Neruda sonrió por las palabras poco convencionales de Andrews. Entre el núcleo científico, Andrews era el único que hablaba con esa espontaneidad gutural. Con los años, se había vuelto cómodo para Neruda. Por extraño que pareciera, incluso era una fuente de admiración; Neruda deseaba con frecuencia poder recitar esas mismas palabras con la facilidad natural de Andrews.
“Mientras estés presente para decir comentarios coloridos, seguro que lo será”. Cuando Neruda estaba solo con Andrews, le salía el sarcasmo como reflejo involuntario.
Emily asomó la cabeza en la tienda inclinada. “¿Aún juegan con su tienda, chicos?” bromeó alegremente.
Neruda y Andrews contestaron al unísono, “¡fuera!”
“Son un poco sensibles ¿verdad?” Incluso en la débil luz de la lámpara, su sonrisa era contagiosa.
“Samanta y yo terminamos de instalarnos, preparamos un poco de decaf, y estamos casi listas para caminar un poco antes de dormir. Pensamos que tal vez nos quisieran acompañar, caballeros”. Le puso suficiente acento inglés a la palabra “caballeros” para recordarles de su educación en Cambridge.
“Sí, sí, sí, adelante y alardeen todo lo que quieran de su rápida instalación pero no tienen que escuchar al jefe explicando cada tedioso detalle, todo sobre los planes de contingencia”.
Neruda solo pudo gruñir en desacuerdo y se enfocó en atar la cuerda final y atar cabos flojos.
“¿Samanta está contigo?” preguntó.
“Está un poco tímida alrededor de ustedes los SL-Doce”, dijo Emily sarcásticamente.
“Tal vez oyó de cómo leen mentes y detectan pretextos. Todos los ORs tienen cuidado con ustedes. Todos los demás piensan que son solo un puñado de gatitos”, dijo Andrews un poco serio.
“¿Escuché bien? ¿Tienen hecho café o solo intentan que nosotros los viejos caballeros nos sintamos mal?” preguntó Neruda.
“Sí.”
“¿Sí qué?”
“Ambas cosas”.
“¿Y pensaban compartir de ese café?”
“Déjame consultar con mi nueva compañera de cuarto”. Emily asomó la cabeza fuera de la tienda por un momento. Se oyeron unos cuchicheos.
Neruda se detuvo, tratando de sentir su reacción en vez de pensar. “Está bien”, contestó instintivamente. “Sé que es difícil de creer, pero ya casi acabamos. Te veremos en tu tienda en unos minutos. Traeré el artefacto y haré las debidas presentaciones”.
“¿Tendrán ustedes, entrometidas, suficiente tiempo para cocinar unas galletas antes de que lleguemos?” sonrió Neruda mientras hablaba, recorriendo sus ojos traviesos entre Emily y la silueta de Samanta fuera de la tienda.
“Tal vez” dijo Emily.
“Sabes jefe, no estoy seguro de que sea una buena idea dejar que Samanta vea esta cosa”, dijo Andrews señalando la caja de aluminio, diseñada para el artefacto.
“¿Por qué no?”
“Ella es una OR” contestó Andrews.
“Me doy cuenta de que no confías en los OR, pero trata de ser un poco menos paranoico”.
“Mira, soy paranoico porque tenemos a Evans y una OR en la misión. Esa combinación apesta, lo sabes. Cualquier cosa que ocurra fuera de lo ordinario, se te saldrá de las manos inmediatamente”. Andrews susurraba de nuevo.
Bueno, entonces asegurémonos de mantener todo tan ordinario como sea posible”, contestó Neruda. “Y podríamos empezar por instalar tu maldita tienda”.
“Cálmate, jefe. Ya acabamos, ta… daaaa…”, se incorporó y puso los brazos como los magos cuando terminan un gran acto de ilusión.
* * * *
“¿Tu tienda aún está de pié?” preguntó Emily sonriendo. Estaba sirviendo el café en la calentadora y acomodaba unas galletas que había traído para el viaje.
“Lo estaba cuando me fui”.
“Por suerte esta noche no hace viento”.
“Por suerte hay café”. El amor de Neruda por el café solo era superaba su ansia por descubrir.
“¿Se nos va a unir Andrews?”
“Creo que quiso mantenerse alejado de la combinación de OR y artefacto”, murmuró Neruda acercándose al oído de Emily.
“Cuando descubres su apariencia de macho, debajo es un cachorrito asustado”.
Emily se rió y llamó a Samanta a que saliera de su tienda. Samanta era joven para los estándares de la ACIO. Tenía treinta y tantos años, ligeramente pasada de peso, con una sonrisa tímida y unos lindos ojos de un color llamativamente esmeralda que dominaban su cara. Parecía céltica con pelo rojo ondulado que le llegaba casi a la cintura. Era el tipo de persona que parecía mitad encantadora y mitad pensadora e introvertida.
Neruda le mostró su sonrisa más tranquila. Puso la caja en el suelo.
“Creo que verás fascinante esto”, comenzó.
“Como te dije en el helicóptero, el objeto fue encontrado como a unos nueve kilómetros de aquí. Quiero esperar hasta mañana para proceder con un OR y Reproducción completos, pero puedes echar un vistazo rápido ahorita”.
Mientras él abría los seguros y levantaba la tapa del contenedor de aluminio, el artefacto, medio sumergido en hule espuma, inmediatamente comenzó a zumbar de una manera pulsante y misteriosa. Samanta miró sobre la orilla del contenedor. La luz del fuego y la lámpara cercana parecieron unirse en su cara. Una mirada de preocupación reemplazó su emoción. Sus ojos se limitaron a enfocarse al objeto y sus labios se apretaron como si hubieran olvidado el habla. Presintiendo que algo andaba mal, Neruda cerró rápidamente la tapa sobre el artefacto. Samanta se desplomó al suelo, cayendo su cabeza directamente sobre la caja. Emily gritó. Neruda tomó a Samanta y sostuvo su cabeza, le dio palmaditas ligeramente en sus mejillas con su mano.
“Samanta. Samanta. Está bien. Está bien”.
Samanta abrió los ojos casi instantáneamente. Miró a Neruda que le sostenía la cabeza en sus rodillas.
“Está vivo”, murmuró, como si tuviera miedo de que la escuchara el objeto.
“Es una inteligencia… no una tecnología”.
“Vamos a levantarte”, dijo Neruda mientras le ayudó a incorporarse lentamente.
“¿Estás bien?” imploró Emily.
“Sí, estoy bien, solo un poco conmocionada por esto…”
“¿Qué diablos pasó?” preguntó Evans cuando irrumpió en la escena, seguido de Collin.
Por un momento, Neruda no supo qué decir.
“¿Qué pasó?” preguntó Evans otra vez, ahora más insistente.
“Cálmense todos”, contestó suavemente Neruda.
“¿Hay suficiente café para todos, Emily?”
“Sí, sí, claro”.
“Entonces sentémonos, tomemos una taza de café y te diremos lo que sabemos. Me interesa oírlo de Samanta, como a todos”.
Samanta estaba visiblemente agitada y Neruda le ayudó a tranquilizarse en una de las sillas acomodadas alrededor del fuego. Evans y Collin juntaron el círculo de sillas acomodadas cómodamente alrededor de la fogata. Rápidamente empezó a servir café. Neruda le dio la primer taza; la brisa nocturna empezaba a enfriarse y la taza caliente le recordó a Neruda que el calor almacenado del desierto estaba dando paso a la fría oscuridad.
“¿Segura de que estás bien?” preguntó de nuevo Neruda, se acuclilló frente a Samanta.
Ella tomó un largo trago de café. “Sí, estoy bien, gracias”.
“¿Qué experimentaste? ¿Nos puedes decir?” Neruda se puso de pié solo para sentarse frente a Samanta en una silla que Evans había armado.
“Escuché zumbar a esta cosa… inmediatamente entró a mi mente. Era un efecto hipnótico increíblemente poderoso. Me indujo a una imagen…”
“¿Y qué era la imagen? dijo bruscamente Evans..
“Era algún tipo de cueva o estructura rocosa”.
“¿En la Tierra?”
“No lo sé… tal vez. Estaba construida, pero disfrazada como una estructura natural.”
“¿Por quién?” preguntaron a la vez Evans y Neruda.
“No sé”.
“Samanta, dijiste hace rato que el artefacto tenía vida. Que no era una tecnología, sino más bien una inteligencia. ¿A qué te referías exactamente?”
“Puede que me equivoque, pero el objeto parecía proyectarse a sí mismo”. Su voz era temblorosa y su respiración rápida. Tragó saliva, con cierto atolondramiento.
“Estaba leyendo mi mente. Pude sentirlo explorándome. Era un poco como que me comía viva –sólo que eran mis pensamientos los que se comía”.
“Sin embargo, podría ser una tecnología lo que hizo esto, ¿verdad?”
Evans miró brevemente a Neruda y luego a Collin.
“No puedo imaginar cómo este objeto puede tener inteligencia orgánica”, afirmó Collin. “No es práctico que algo hecho de mezclas metálicas…”
“Creo que debemos asumir que esta cosa es peligrosa.” Evans se puso de pie y guardó silencio. Claramente estaba pensando en alternativas.
“Supongamos que no sabemos nada de este objeto”, dijo Neruda.
“La imagen que viste, Samanta, ¿era una entrada?”
“Sí, eso creo”.
“¿Y todo lo que viste fue un tipo de estructura oscura?”
“Si”.
“¿Tuviste algún sentimiento de distancia o dirección desde nuestro campamento?”
“No. En realidad no. Aunque, ahora que lo pregunta, parece que estaba cerca. No estoy segura. Todo pasó en unos segundos. Yo estaba sumergida, era un sentimiento de… de violación mental”. Ella empezó a llorar, sus ojos soltaron lágrimas a cada parpadeo.
Emily tomó su mano apoyándola y Evans, pasando alrededor de las sillas, de pronto se detuvo.
“Esto podría ser una sonda. No sé por qué no lo consideraste antes. Dispositivo de rastreo, compás, mapa. Pensaste en todo menos en una sonda. ¿Por qué?”
“Antes de concluir nuestra investigación, hay que empezarla”, dijo Neruda con una indirecta sarcástica.
“Con todo el debido respeto para Samanta, ella puede estar interpretando mal las verdaderas intenciones del artefacto”.
“¿Cómo?” preguntó Evans.
“Es posible que el artefacto se haya activado por sus habilidades psíquicas. Quizás por las mías, no sé. Pero el dispositivo se activó de alguna forma y puede ser que su acción primaria fuera tratar de conectarse con lo que lo haya activado y devolver un mensaje o imagen”.
Neruda se volteó de nuevo a Samanta.
“¿Escuchaste lo que recién dije?”
Ella asintió afirmativamente.
“¿Es posible que el artefacto solo tratara de conectarse contigo? Que no trataba de lastimarte”.
Samanta no movió la cabeza, su cara estaba perdida. Sus ojos se cerraron como puertas pesadas y todos esperaron.
“Samanta, ¿me escuchas?”
Ella permaneció inmóvil, como si estuviera dormida. Neruda presintió que el artefacto la estaba explorando otra vez, o de alguna manera estaba tratando de conectarse.
“Creo que se está comunicando con el objeto en este momento”.
“¿No deberíamos despertarla?” demandó Evans.
“Podría estar en peligro”.
“Se ve serena, incluso pacífica”, murmuró Neruda.
“Observemos por un momento”.
Quitó los seguros al contenedor de aluminio y abrió la tapa. El objeto emitía una vibración inequívoca. No era el zumbido de un dispositivo eléctrico. Este zumbido era muy sutil, casi imperceptible, aún en el silencio del desierto. Se sentía más de lo que se escuchaba.
Samanta seguía perdida, como en trance, en compenetración total con el artefacto. Neruda se acercó más a ella y le tocó la frente con la palma de la mano, como si tratara de detectarle fiebre. Revisó su pulso. Quedó complacido de que ella estuviera bien. Al sentarse, Neruda se mareó un poco y se sintió desorientado.
“¿Estás bien?” preguntó Emily. Neruda asintió lentamente, pero había incertidumbre en sus ojos.
“Me siento como si me estuviera arrastrando hacia la inconsciencia”, dijo débilmente Neruda.
“No es fácil resistirse a ésta cosa…”
Evans preguntó “¿Alguien más siente esta… esta hipnosis?”
Collin y Emily dijeron entre dientes “no”, moviendo la cabeza.
“Maldición, pensé que habíamos acordado esperar hasta mañana para empezar esta investigación”. La voz de Evans subía en intensidad.
“Olvidé decirle al objeto que íbamos a esperar hasta la mañana”, dijo Neruda, mostrando que su sentido del humor estaba intacto.
“No te preocupes, no siento ningún peligro. Solo está tratando de conectarse a su base y a mi mente al mismo tiempo. Es como si esta cosa estuviera haciendo una introducción.”
Neruda pronunció las palabras como si estuviera hablando dormido. Se talló la orilla de los ojos con su dedo índice. Todo movimiento era deformado como si la gravedad se hubiera intensificado de pronto y el tiempo se hubiera alargado en cámara lenta.
“Entiendo”.
Todo el cuerpo de Samanta se disparó de la silla y se arrodilló frente al artefacto. Lo recogió con gran tensión en su cara, sus brazos levantándolo con dificultad. Tocó ciertos glifos con sus dedos en un orden específico y el zumbido cesó.
“Está diseñado para evitar intrusos” explicó Samanta.
“Se protege a sí mismo. Examina tus intenciones, y mientras examina, deshabilita tus pensamientos. Esencialmente te deja indefenso mientras evalúa tus intenciones”.
Neruda regresó a la realidad cuando Samanta apagó el dispositivo.
“¿Viste el sitio?”
“Sí”, dijo ella con emoción.
“Está cerca. Está bien escondido, pero creo que lo podemos encontrar”.
“¿Qué sitio? ¿Dónde?” preguntó Evans, un poco desconcertado.
“Yo también vi algo” dijo Neruda.
“Creo que lo reconocería si lo volviera a ver”.
“Bien, pero ¿sabes dónde empezar a buscar?”
“No”, contestó Neruda como si algo le distrajera.
“Creo que podemos localizarlo por una marca que vi”.
Samanta regresó el objeto a su nido de espuma dentro del contenedor, estiró sus pies un poco y se desplomó en su silla con un largo suspiro.
“Ibas a decirnos de la marca”, le recordó Evans.
“Es una formación delgada, una roca puntiaguda, como fuste de chimenea. Tiene tal vez 30 metros de alto, 10 de circunferencia en su base, pero solo unos 5 en la cima. No debe haber muchas de esas formaciones rocosas cerca de aquí ¿verdad?”
“¿También viste eso?”, Evans se volteó a Neruda ignorando la pregunta de Samanta.
“Por algún motivo yo no vi nada que pudiera identificar como marca, era más un conjunto de imágenes, como un mosaico. Y la mayoría de estas eran de una caverna o algo subterráneo.
“Entonces, ¿qué es esto, tecnología o una inteligencia viviente?”, preguntó Emily.
“Quizás ambas cosas” sonrió Neruda,
“sea lo que sea, nos conoce mejor que nosotros a él”.
“No sé cómo puede ser una inteligencia viviente”, dijo Samanta, “pero cada hueso de mi cuerpo grita que está vivo. No es una tecnología inanimada o programada. Es una inteligencia vital que está de alguna forma almacenada dentro o protegida por este objeto”.
Luego, frustrada, agregó, “Oh, no sé de qué estoy hablando. Estoy hablando con lenguaje confuso esta noche. Perdónenme”.
“Dadas las circunstancias, la única opción de lenguaje puede ser el lenguaje confuso”. Neruda sonrió y se sorbió otra taza de café.
“Sabes, si no fuera por tu café, Emily, me pude haber arrastrado a la inconsciencia por esa cosa”. Se rió y señaló al artefacto con su mano libre. Parecía tranquilo como un pajarillo dormido en su nido.
“Es decaf”, contestó Emily inexpresivamente.
“Entonces eres la culpable de mi lapso de concentración…”
“Quisiera que tomaran esto con un poco más de seriedad”, intervino Evans.
“Acabamos de ver una tecnología que los dejó indefensos a ustedes dos, violó mentalmente a Samanta y ustedes bromean acerca del café”.
Neruda se volteó con calma a Emily.
“¿Puedes traerme la gráfica SMT… número 2507?”
Volteándose a Samanta, “¿en cuánto tiempo puedes preparar y operar la Reproducción?”
“Diez minutos”, contestó.
“Bien, adelante y prepárala”.
Neruda se dirigió a Evans con una impaciencia súbita grabada en su cara.
“¿Y tú qué querías hacer?”
“Solo observar… por ahora”.
Evans dirigió su vista hacia el fuego, despreocupado de la mirada autoritaria de Neruda. Evans sabía que su presencia en misiones de exploración siempre era tomada a mal. Sabía que había puesto en el extremo a sus colegas, pero también sabía que era su trabajo hacerlo.
Emily regresó de su tienda con una larga hoja de papel y una lámpara de mano. Se las dio a Neruda que extendió la gráfica en el piso a dos metros del fuego. La linterna iluminó el centro de la gráfica que estaba cubierta de líneas de varios colores. Evans, Collin y Emily se pusieron detrás de él, y se pusieron agachados sobre sus manos y rodillas. Neruda se acuclilló con una rodilla al suelo.
“Aquí está la marca de Samanta”, apuntó Neruda con el rayo de la lámpara y su dedo índice.
Había un punto pequeño de círculos, casi concéntricos, en un arco iris de colores casi en el centro del mapa topográfico.
“Está aislado, las proporciones correctas y cerca de 30 metros de alto y está a unos tres kilómetros al Este de nuestro campamento”.
“Esperemos a la Reproducción hasta mañana”, dijo Evans.
“Es tarde, ya sabemos que tenemos que ir, vámonos a descansar”. Su voz sonaba cortada.
Samanta salió de la tienda con su monitor y un yelmo que parecía una caja de cables para su cabeza. No importaba cuántas veces lo hubiera visto Neruda, siempre pensó que parecía la tecnología más absurda que jamás vio. La mayoría de las tecnologías que se han desarrollado en la ACIO nunca fueron desarrolladas para la producción en masa ni se diseñaron con una perspectiva de consumidor. Fueron hechas a mano, una a la vez. La apariencia nunca se consideraba importante.
“Esperaremos hasta la mañana, Samanta”, dijo Neruda.
“Perdón por hacerte perder el tiempo preparándote. Pero creo que Jim tiene razón, todos debemos descansar y concentrar nuestras energías en encontrar el sitio durante el día”.
Samanta estuvo de acuerdo y se sintió aliviada de no tener que hacer mayor contacto con el artefacto esa noche. Se sentía sin energía y dormir era la prescripción perfecta.
“Por cierto”, Neruda se dirigió a Samanta,
“¿cómo sabías cómo apagar el artefacto?”
“¿A qué se refiere?” contestó ella.
“¿No te acuerdas que te levantaste y callaste a esta cosa?”
“No…” los ojos de Samanta se redujeron a una línea de pestañas agitadas. Concentraba su mente como un láser y Neruda pudo ver por qué le gustaba tanto a Branson.
“No recuerdo nada de haberme levantado y apagar algo. ¿Estás seguro?” miró a Neruda y a Emily.
“Yo también lo vi” confirmó Emily.
“Te levantaste de tu silla tan rápido como si se te quemaran los pantalones. Levantaste el artefacto y lo sostuviste con tu… tu mano izquierda mientras tu mano derecha tocaba los glifos en lo que parecía al menos un orden específico. Parecía que sabías exactamente lo que hacías”.
“Si lo hice, no lo recuerdo”.
“Tal vez tu mente estaba un poco traumatizada y tuviste un ligero caso de amnesia”, propuso Emily.
“Eso no explica el cómo ella sabía desactivar el artefacto”.
Neruda miró a Emily.
“El artefacto sembró este conocimiento dentro de ti sin que lo recuerdes. Actuaste sin saber tus acciones.”
“Entonces ¿qué quiere decir?” preguntó Samanta. Una sonrisa nerviosa cimbró su cara y su concentración se dispersó como humo en el viento.
“Creo que debemos dejar de especular”, Neruda cerró el contenedor y abrochó los seguros de un golpe fuerte y sincronizado.
“De lo único que estoy seguro es que esta cosa no es un niño solitario. Tiene hermanos y hermanas que andan cerca. Y estoy ansioso por encontrarlos”.
Neruda recogió la caja y se despidió. Podía oír las voces de Samanta y Emily cuando se dirigía a su tienda a unos veinte metros de ahí. No había movimiento en el aire del desierto. Permanecía perfectamente inmóvil; Neruda sentía su presencia aún más. Andrews estaba dormido. Sus audífonos aún estaban encendidos y un libro estaba caído sobre su pecho, hacia abajo, extendido como una ave de presa herida. Por el sonido de su respiración, Neruda supo que estaba profundamente dormido. Tal como él también quería estar, pero sabía mucho sobre los eventos de los días que les esperaban. No podía dormir. Al menos todavía no.